En 1966 apareció una de las obras argentinas más completas sobre las Islas. La Historia completa de las Malvinas,
de José Luis Muñoz Azpiri (un diplomático de carrera, a cargo durante
años del archivo histórico de la Cancillería argentina), fue presentada
por Editorial Oriente como un esfuerzo por “servir al perfeccionamiento y
a la recuperación nacionales”. La editorial, especializada en “temas
nacionales”, ofrecía una obra sobre un tema “inscripto en el corazón
argentino”. No obstante, el “Prólogo” de la obra destacaba que una
encuesta realizada por la editorial arrojaba un dato preocupante: pese a
ser una causa nacional, el tema Malvinas “es escasamente conocido”. La
Historia completa de Azpiri, pues, achicaría la brecha entre la unidad
nacional que propiciaban las Malvinas y el desconocimiento acerca de
ellas, en un contexto diplomático muy favorable para el reclamo
argentino por Malvinas. Un año antes, en 1965, la Organización de
Naciones Unidas (ONU) había aprobado la Resolución 2065 (XX), que
reconocía la existencia de una disputa de soberanía con Gran Bretaña, e
invitaba a ambos países a negociar una solución pacífica.
La Historia completa de las Malvinas
se inscribía en una corriente de libros que, desde fines de la década
de 1930, había reinstalado la causa Malvinas en el espacio público
argentino. En 1938 Juan Carlos Moreno publicó Nuestras Malvina s,
una historia y crónica de su visita a las islas. Para Azpiri Moreno era
el “Gagarín de las islas”: su libro estaba destinado “a remover un
terreno semiabandonado y a cubrir la necesidad imperiosa de reflejar con
fidelidad los valores económico-militares –sociales y políticos– del
archipiélago argentino”. Fundamental fue también la Toponimia criolla de las Malvinas
, de Martiniano Leguizamón Pondal (1956), que rescató en tono épico los
sangrientos incidentes del 26 de agosto de 1833, cuando luego de la
ocupación inglesa, el gaucho Antonio Rivero y sus seguidores mataron a
cinco empleados de Luis Vernet (comandante político y militar isleño)
que continuaban representando sus intereses.
El gaucho y los cóndores
También en abril de 1966 la Academia Nacional de la Historia (ANH), en respuesta a un pedido de asesoramiento del Poder Ejecutivo, dictaminó que no se podía probar que Antonio Rivero y sus compañeros se habían alzado contra los ocupantes ingleses de Malvinas por motivos patrióticos. La consulta se debía al pedido de autorización para construir un monumento que evocara la resistencia del gaucho. Desde ese momento a la fecha la figura del gaucho Rivero genera controversias. Algunos ven en ellos un gesto de defensa de la soberanía argentina, y otros una mera matanza originada en las difíciles condiciones de vida en las islas empeoradas por la agresión inglesa.
Los historiadores
revisionistas cuestionaron duramente el dictamen de la ANH. Para esta
corriente histórica y política, Antonio Rivero es un símbolo poderoso:
un gaucho (encarnación de la argentinidad) fuera de la ley por enfrentar
los abusos de los patrones (los asesinados, extranjeros, eran
administradores de Vernet) que resiste al invasor allí donde el gobierno
porteño ha claudicado. El rastro de Rivero y sus seguidores se pierde
en Montevideo, donde los ingleses les facilitaron la fuga, lo que
agrandó la leyenda: algunos plantean que Rivero murió como soldado
federal en la Vuelta de Obligado (1845). Esto coronaría el mito: el
resistente en Malvinas, muerto en batalla contra la flotilla anglo
francesa que intentaba forzar el paso de las aguas del Paraná.
Puesto
que el revisionismo se erigía como la visión alternativa y “verdadera”
por oposición a la historia “oficial”, “liberal” y “mitrista” (encarnada
en la ANH), las disputas por Rivero no eran sólo sobre Malvinas. Los
“modelos” en pugna en la década de 1960 encontraron en la historia del
gaucho otra divisoria de aguas, potenciada porque también fue leída en
la clave de la proscripción del peronismo.
Esto tal vez explique
por qué el 28 de septiembre de 1966, un comando secuestró un avión de
Aerolíneas Argentinas y lo desvió a Malvinas. Desde hacía tres meses, el
dictador Juan Carlos Onganía gobernaba la Argentina. En ese contexto,
un grupo nacionalista y peronista planificó el primer secuestro aéreo de
la historia, al que bautizó “Cóndor”. Su líder, Dardo Cabo, un
militante de la resistencia peronista, invitó al vuelo al director del
diario Crónica, Héctor Ricardo García, garantizándole una importante
primicia.
En la mañana del 28, los kelpers se acercaron al avión
inmóvil en su hipódromo (no había pista aérea), del que saltaron los
militantes armados, que les entregaron una proclama en inglés y los
tomaron como rehenes. Plantaron siete banderas argentinas y rebautizaron
a la ciudad como “Puerto Rivero”, en honor al gaucho mítico, pero
fueron rodeados por la milicia de defensa local, y tuvieron que
atrincherarse en el avión. Finalmente, el “Grupo Cóndor” liberó a los
rehenes y entregó sus armas al comandante del avión argentino. El 1° de
octubre fueron embarcados en un barco de la Armada argentina, y ni bien
se alejaron de la costa de Malvinas (y de las autoridades inglesas)
fueron apresados.
Según la Historia completa de Muñoz Azpiri,
publicada en 1966, la causa Malvinas era tan fuerte como escasamente
conocidas las islas. La adhesión no era homogénea, como prueba la
controversia nacida ese año en torno a la figura de Antonio Rivero. Que
meses después un comando peronista bautizara con su nombre a la capital
de Malvinas, muestra tanto el peso de esos símbolos como que la salida
violenta era parte del repertorio político de la época. Es emblemático
que en 1982 la dictadura, con el nombre de “Puerto Argentino”, anulara
el intento hecho desde el diario Crónica por reinstalar el nombre de
Puerto Rivero para la capital de las islas recuperadas. También, que
años antes, asesinara con la “ley de fugas” a Dardo Cabo, que del
nacionalismo de derecha había pasado a militar en Montoneros.
1966
aparece como un “año 0” para la causa Malvinas. Todas las opciones
estaban ahí: un exitoso frente diplomático, la adhesión emotiva a la
causa, el recurso de la fuerza. Retrospectivamente, con una guerra de
por medio y una situación que si no es de retroceso es al menos de
estancamiento, no deja de ser dolorosamente sorprendente. Y un
recordatorio acerca de la idea de Pierre Vilar de que la Historia debe
enseñarnos a leer los periódicos.
Artículo de Federico Lorenz (Historiador. Autor de “Todo
lo que necesitás saber sobre Malvinas” y “ Unas islas demasiado
famosas. Malvinas, historia y política”) para la Revista Ñ.