Rondaría los treinta años cuando la muerte lo sorprendió. Pertenecía a
una comunidad de cazadores recolectores que vivió hace 9.000 años en la
región de Lagoa Santa, al este de Brasil. Los demás miembros del grupo
lo enterraron en una tumba circular de unos 40 centímetros de diámetro y
lo sepultó bajo cinco losas de roca caliza. Antes, le habían cortado
la cabeza y colocado las manos, amputadas, sobre la cara, una mirando
hacia arriba y la otra en posición contraria.
“Estamos ante el caso de decapitación más antigua documentada en el
Nuevo Mundo - explica a Big Vang en una entrevista telefónica el
investigador André Strauss, del Departamento de Antropología Evolutiva
del Instituto Max Planck-. Que le cortaran la cabeza no tuvo que ver con
motivos punitivos, sino que formaba parte de un ritual funerario”.
Este
individuo fue hallado en 2007 en el yacimiento brasileño de Lapa do
Santo. Un equipo internacional de investigadores encontró fragmentos de
un cuerpo enterrado, al que llamaron ‘Entierro 26’: un cráneo, una
mandíbula, las seis primeras vértebras cervicales y dos manos amputadas.
Junto
a él no había nada más, ningún elemento de ajuar, pero la disposición
del cuerpo y sobre todo de las dos extremidades sobre el rostro –la
derecha sobre el lado izquierdo de la cara con los dedos apuntando hacia
la barbilla y la izquierda, al revés-, hacían sospechar a los
investigadores que aquella no era una decapitación con finalidad de
castigo o para obtener un trofeo de guerra, como otras que anteriormente
se habían descubierto en la zona de los Andes.
“Este individuo
no tenía las manos dejadas de cualquier manera, sino que se las habían
colocado de forma cuidadosa e intencionadamente. Creemos que esa
disposición podría estar asociada con un ritual para reforzar los lazos
sociales del grupo. Llevaban la muerte, algo tan personal, a un nivel
colectivo en el que todos los miembros de la comunidad compartían el
momento funerario”, explica Strauss.
Publicada por Clarín.